martes, 29 de julio de 2008

Crónica de una Consulta anunciada o de como ser un Observador Ciudadano y no desilusionarse en el intento

Me dispongo a recorrer las calles de la Costa Grande Acapulqueña para ser testigo de los que debería ser un ejemplo de participación directa y democrática de la ciudadanía: la Consulta Ciudadana sobre la defensa del Petróleo. Pero antes, analizo algunos puntos:

Para la mayoría de las y los ciudadanos mexicanos, aquellos a los que no les importa saber de asuntos jurídicos o legislativos mientras no se vean afectados directamente, que no creen en los partidos y que no tienen la menor intención de participar en la vida pública porque (con justa razón) se sienten utilizados y despreciados por la lejana clase política, pero que al mismo tiempo han aprendido a darle la vuelta para sobrevivir, inventando mecanismos informales de participación y de simulación; son escasos los temas que verdaderamente los hacen sentirse co-responsables y vinculados de lo que sucede en el país.

Y es que por de-formación educativa el nacionalismo mexicano y los símbolos que lo representan de manera concreta, fueron durante muchas décadas conceptos que se arraigaron en el colectivo imaginario a punta de reglazos y jalón de patillas (ahora esos símbolos se aglutinan en torno al discurso de la democracia y los métodos de inducción se han sofisticado).

En la mayoría de los casos el nacionalismo mexicano surge como una suerte de machismo reprimido, en donde aparentemente los símbolos y el patrimonio común parecen no ser de nuestro interés (porque no los conocemos o porque en realidad no nos interesan), obviándolos e incluso despreciándolos, pero al momento en que alguien más se interesa en ellos, nos nace esa víscera patriótico-política que nos nubla la razón y que nos llama con harto fervor a defenderlos sin importar bien a bien de lo que se trate.

El caso del petróleo es ejemplar porque reúne este nacionalismo exaltado con síntomas de machismo reprimido y al mismo tiempo un factor de poder del que pocas veces el pueblo se ha sabido tan poseedor.

Soledad Loaeza dice que la expropiación –en este caso la petrolera- se volvió una herramienta ideológica de poder, que no solamente reforzó la imagen del ejecutivo frente al pueblo, sino que el pueblo hizo propia para enfrentar a un enemigo que por mucho tiempo nos había creado una especie de trauma o síndrome de inferioridad, desarrollando así el binomio: mexicano=bueno - extranjero=malo. De ahí que el asunto de la privatización del petróleo, atravesado por antecedentes como los que ahora nos preceden, hace de éste, un tema digno para la observación ciudadana (sea lo que sea que eso signifique).

La primera pregunta con la que me ataca un digno y hábil taxista de nombre Alejandro, chofer de toda la vida y diestro conocedor de la Costa Grande es:

“¿de que sirve participar en mecanismos como estos si lo que resulte de aquí no va a cambiar nada?”, es decir, ¿para que dar a conocer mi opinión, si de todos modos no me van a hacer caso?, mejor me quedo en casa a ver el fut o trabajo una hora más el taxi pa´ llevar comida a la familia.”

Un reclamo cierto y falso a la vez.

Cierto porque estas consultas no son de carácter vinculatorio, en realidad funcionan más como un medidor del termómetro nacional y en casos como éste, sirven para hacer sentir una posición política, la manifestación de un frente político expresada a través de su base y uno que otro realmente interesado.

Falso porque al participar generamos ruido en las cúpulas políticas, porque se dan cuenta que si dejamos de participar definitivamente, entonces ellos pierden su legitimidad por completo, que a final de cuentas es una de las razones por las que llegaron a los cargos que desempeñan y porque saben que tenemos esa arma final que solo nosotros podemos accionar en caso de ser necesario.

Pero más allá de legitimar o no frentes políticos, de generar o no ruido en las cúpulas, estos mecanismos de participación directa aunque no sean vinculatorios nos permiten medir el crecimiento que como ciudadanía hemos tenido en los últimos años. La verdadera participación ciudadana es un elemento que debería rebasar por completo al sistema y sus frentes, aunque lo cierto es que el sistema ha educado a los ciudadanos y ciudadanas que hoy día somos.

El problema de fondo no es, si la Consulta se reduce a dos, tres, cuatro o veinte preguntas, ambiguas o no. Aunque lo cierto es que en las mesas receptoras no todas las personas entendían un entramado tan complejo de enunciados y terminaban por preguntar: “¿Qué significa la pregunta no. 1?”, “¿me puede explicar la número 2?”, a lo que algunos responsables de mesa respondían: “¿Qué si esta a favor de la privatización?” induciendo al incuestionable ¡NO!

El problema real es, ¿Cuáles son las variables de este asunto que pueden crear un mayor beneficio para la población en general tomando en cuenta factores como la sustentabilidad del recurso a mediano y largo plazo, una distribución igualitaria de la riqueza que de ahí se obtenga, y un marco de regulación que verdaderamente fortalezca y dote de herramientas necesarias para generar un cambio positivo y dinámico a una institución tan anquilosada como PEMEX?

Me pregunto por ejemplo si de la serie de debates que convocó el Senado y que finalizaron recién, alguien se ha preocupado por bajar o aterrizar las posturas, propuestas y críticas que allí vertieron académicos, representantes populares, e intelectuales que participaron. Dudo mucho que la población, fuera de una pequeña franja, les haya podido dar seguimiento mediante los canales del Congreso u otros medios. Esos elementos serían verdaderamente necesarios para saber qué opina la gente con base en sustentos firmes.

El reduccionismo del problema a un debate sobre cómo se hicieron las preguntas de la Consulta, me parece insultante para la inteligencia de la población mexicana, si de antemano los representantes no se preocupan por dar a conocer de una manera didáctica los resultados de foros tan importantes. De no ser así, de nueva cuenta la lejana cúpula política estará retroalimentándose y generando mecanismos de auto-legitimación entregando al pueblo verdaderos placebos y tranquilizantes para su precocidad ciudadana.

¿O es que acaso los ciudadanos comunes no pueden opinar sobre temas complejos?

Si nos preguntan: ¿queremos impuestos? Si o No. La respuesta es obvia. Y si esa respuesta fuera vinculatoria y generara problemas a nivel nacional, la culpa no sería en principio de la ciudadanía, sería de los representantes que jamás supieron explicar que efectos tendrían sobre nuestras vidas cotidianas.

La democracia no es una solución a todos los problemas colectivos, y los mecanismos de participación directos aún distan mucho de ser herramientas infalibles, sin embargo tampoco podemos dejar todas las respuestas en manos de un sector, que lejos de socializar las mejores soluciones, sólo se pavonea al saberse poseedor de un conocimiento que quizá en el fondo ni siquiera comprende por completo.


Apuntes de la observación:
Las mesas fueron colocadas en su mayoría en las colonias y barrios más populares, zonas con las mayores deficiencias en servicios públicos (por supuesto que no había una sola mesa receptora en la zona hotelera de Acapulco), con lo que quizá la complejidad de las preguntas pudo o no haber requerido de una ayuda forzosa.


Durante el recorrido fui rechazado, aprobado, insultado por una diputada local y hasta corrido por unos militantes ofuscados. Sin embargo, también comprendí que una parte de la ciudadanía en verdad cree en la fuerza de sus convicciones y por eso acudió a expresar su sentir, que en la mayoría de los casos iba sin necesidad de dádiva alguna y que eso significaba una ofensa a sus valores.

Conocí personas que se fletaron todo el día sin necesidad de recibir torta y chesco, ¡vamos!, ni para el camión. Que estaban ahí por el simple de hecho de sentar un precedente, que poco a poco la participación verdaderamente ciudadana quiere dejar de ser un mito para convertirse en una realidad.

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